
En los silenciosos y fríos días de invierno en los que las chimeneas no dejan de echar humo, los espesos piornales y matizos de solana se convierten en refugio del astuto y sabio jabalí, al que la experiencia y valentía han convertido en el señor de la noche.
Sabe que con el otoño llegan días en los que el monte se puebla de todo terrenos, de gente dando voces acompañados de sabuesos y grifones que atruenan con sus ladridos.
Sabe que con el otoño llegan días en los que el monte se puebla de todo terrenos, de gente dando voces acompañados de sabuesos y grifones que atruenan con sus ladridos.
Sabe que mientras que haya otros, que por su inexperiencia o falta de temple -y si no ya les da el un empujoncito-, al salir huyendo arrastren tras de sí a toda la jauría, a él le vale con azorrarse y destripar, si es necesario, al osado que delate su presencia u ose meterse con él.
Sabe que sus huellas despiertan, entre los perreros, más interés y admiración que las de los demás. Y también temor. Quieren darle caza pero no quieren perder a sus mejores perros.
Hoy no ha esperado como otras muchas veces en su jergón de día. Nota algo raro en el ambiente. Tras un ligero ruido y un chillido más que un ladrido, de una joputa podenca, salta de la cama como alma que lleva el diablo. Sin desperezarse y con legañas. A todo trapo rompiendo monte Fontanal abajo.
Sabe que le buscan. En su subconsciente tiene grabada la voz de Centella y los ojos de fuego de los que no hacen ruido. Los que han descubierto su escondite y ahora le persiguen para darle caza, necesitan y de hecho tienen, el valor y la valentía suficiente para enfrentarse a sus temibles armas. Son nietos y bisnietos de Goiko y Curro. Son alanos. Aun se despierta atormentado por la mirada de aquel demonio de ojos amarillos que tenia sujeto por la quijada a su compañero de juventud.
Varios siglos han pasado desde su llegada a la península con las tribus alánicas y siguen desempeñando las mismas funciones que le han convertido en un mito. Una enorme fuerza controlada por un temperamento noble y equilibrado que le ha ganado la batalla al tiempo y una salud de hierro que ha servido de base para la creación y regeneración de numerosas razas foráneas.
El ruido es sobrecogedor. Las pulsaciones se desbocan y la mano se va mecánicamente hacia la empuñadura del cuchillo apretándola con fuerza, a pesar de que una arrancada así, tan a lo bestia, no augura nada bueno.
Llevan collares de 14 cm de ancho con cortes en la parte del pecho para no restarle movilidad. Tienen cuerpo de atleta, vientre retraído, buenas manos, patas fuertes y resistentes, grupa alta, espalda fuerte, cabeza poderosa y alma de alano. Los de mirada seria y penetrante van a la caza del canoso.
La bajada del Fontanal, poblado de escobas, piornos y algún roble le ha dado a este cierta ventaja. Al llegar al arroyo de la Brañuela, lo cruza de dos saltos y enfila canto arriba por la vereda del Gonzalín. Parece que su intención es pasar al monte de las gallinas por el collado de los pozos.
Tango y toda la tropa que le acompaña, Brisa, Nero, Troll, Centella y Canela, se guían de su buena nariz en el piornal, tampoco es una tarea difícil pues el canoso acaba de levantarse y la peste que deja es considerable. Al salir al canto del Gonzalín, terreno de brezo bajo, el jai, jai de las podencas me dice que lo tienen a la vista. Después de un primer momento de pánico parece que se ha confiado y ha cometido dos errores, que no lo serían tanto, si no fueran alanos los que le siguen. Dejarse ver y huir ladera arriba no parece que haya sido una buena elección.
Atiborrarse de hayucos y bellotas en el Majadón y bajar a la huerta de Lotario a seguir con las peras de San Antonio es un placer y está muy bien para forrarse de grasa y combatir el frío invernal pero está contraindicado para correr ligero. Mientras que él ha cogido unos kilos de más, sus perseguidores han ido esculpiendo sus cuerpos y afilando sus colmillos. Las sucesivas carreras por umbrías y solanas han hecho que ganen en rapidez y confianza, lo que les hace más peligrosos cada día. Tango, Brisa y Nero lo tienen en el punto de mira, mientras Centella le va ganando terreno por arriba. En el último repecho, antes de pasar al monte de Las Gallinas, esta se le acerca tanto que el canoso se revuelve como un resorte y le da una trompada que la lanza por el aire como si fuera una muñeca. Hinchado como un pavo gira sobre su derecha y en ángulo de 45 grados vuelve hacia atrás por encima de sus perseguidores. En el pico de las piedras está Celso, el abuelo, que pese a una larga y dilatada vida como cazador, hace mas de 20 años que no ve cazar a un alano.
Oyó el levante en el Fontanal, vio pasar al canoso a unos 100 m por debajo de él seguido muy de cerca por los perros. Demasiada distancia para su inseparable amiga la de perrillos. Lo vio envalentonarse, sacudir estopa y dirigirse al paso que el cubría. Lo deja cumplir como a tantos otros y pudiendo haberle metido una de sus trabajadas (los días de ventiscas y nieve son para hacer balas y cargar cartuchos, dice) y efectivas balas, aprieta con fuerza el guardamanos y la culata de su compañera de fatigas, pero no se la echa a la cara. Después de tantos madrugones y más de una noche sin dormir intentando hacerse con él, hoy que lo tiene a tiro, se queda quieto, recuerda viejos tiempos y observa.
Ahora es Troll, que se había quedado un poco rezagado, el que se apresta a cortarle la retirada. Se sitúa a su vera y lanzándose sobre su costado clava sus colmillos en su oreja. Cazar jabalíes es siempre un duro trabajo pero si se trata de un bicharraco como el canoso ya se convierte en una tarea de alto riesgo. Sin embargo, pese a trompazos, navajazos y golpes, un alano nunca rehúye el combate. Y Troll solo piensa en sujetarlo y tirar de él hacia abajo, pegarse a su costado y aguantar los salvajes arreones que a punto están de conseguir soltarlo. 42 Kg anclados al suelo por unas fuertes manos hacen que el canoso, herido en su orgullo, se pare a pelear. Siente rabia, indignación y mucha mala leche por verse cogido, desata toda una serie de trompadas, colmilladas y bufidos que ponen los pelos de punta y acojonan. Cómo entiendo a Sidoro aquel día cuando me decía: ¡tírale que nos jode!
Teníamos 15 años, había una buena nevada y le contamos a nuestros padres que el coche de línea no pasaba porque la carretera estaba helada, lo que hacía que no pudiéramos ir al instituto. El caso fue que a medio camino de los 3 km que teníamos que andar para coger el autobús nos encontramos con el rastro de un buen jabalí, nos dimos la vuelta y se nos ocurrió contar esta milonga para pedirle a mi padre su escopeta y que nos dejara ir tras sus huellas. Tuvimos suerte, creo que nos creyeron. Dimos con él, le dispare un tiro en las posaderas y se arrancó a por nosotros como un vitorino. Y Sidoro:¡tírale que nos jode!
Con cara de pocos amigos llegan los otros. Una embestida a por Brisa que se queda en nada pues ya Tango, por la izquierda, se ha hecho con la otra oreja, de Nero es la quijada y de Brisa la trompa. Tenía tanta confianza en sus fuerzas que no supo valorar las de sus enemigos. Con la boca abierta y echando espuma. El tiempo se detiene, le llegan recuerdos confusos, oye gruñidos, le parece ver al de los ojos de fuego. Intenta escapar pero no le quedan fuerzas. Quiere luchar pero esta vez ya es demasiado tarde. Hasta tiene que soportar la humillación de sentir como Centella y Canela se le suben a los lomos reclamándolo como suyo.
Bravo bicho el canoso, ni un gruñido de manso. Heroica y trágica pelea.
- ¿Y usted me pregunta que si lo puede rematar?
- Por favor, el jabalí es suyo.
- No es mío, es de los perros y no es un jabalí cualquiera, es El Canoso.
El cuchillo al codillo, se deja llevar, abandona la lucha y siente como si flotara.
Las implacables mandíbulas aflojan, despacio, su presión.
El impresionante silencio de después de la batalla solo es roto por el jadeo de los perros y palabras de admiración para ellos y para su bravo oponente.
Era un día soleado y de repente oscureció.
P. D. Al llegar a casa, Brisa le cuenta con pelos y señales, a su abuelo, como fue su primera gran cacería. Paco, mi padre, dice que vio como se le caía la baba a Goiko mientras la olía.
Paquito
Sabe que sus huellas despiertan, entre los perreros, más interés y admiración que las de los demás. Y también temor. Quieren darle caza pero no quieren perder a sus mejores perros.
Hoy no ha esperado como otras muchas veces en su jergón de día. Nota algo raro en el ambiente. Tras un ligero ruido y un chillido más que un ladrido, de una joputa podenca, salta de la cama como alma que lleva el diablo. Sin desperezarse y con legañas. A todo trapo rompiendo monte Fontanal abajo.
Sabe que le buscan. En su subconsciente tiene grabada la voz de Centella y los ojos de fuego de los que no hacen ruido. Los que han descubierto su escondite y ahora le persiguen para darle caza, necesitan y de hecho tienen, el valor y la valentía suficiente para enfrentarse a sus temibles armas. Son nietos y bisnietos de Goiko y Curro. Son alanos. Aun se despierta atormentado por la mirada de aquel demonio de ojos amarillos que tenia sujeto por la quijada a su compañero de juventud.
Varios siglos han pasado desde su llegada a la península con las tribus alánicas y siguen desempeñando las mismas funciones que le han convertido en un mito. Una enorme fuerza controlada por un temperamento noble y equilibrado que le ha ganado la batalla al tiempo y una salud de hierro que ha servido de base para la creación y regeneración de numerosas razas foráneas.
El ruido es sobrecogedor. Las pulsaciones se desbocan y la mano se va mecánicamente hacia la empuñadura del cuchillo apretándola con fuerza, a pesar de que una arrancada así, tan a lo bestia, no augura nada bueno.
Llevan collares de 14 cm de ancho con cortes en la parte del pecho para no restarle movilidad. Tienen cuerpo de atleta, vientre retraído, buenas manos, patas fuertes y resistentes, grupa alta, espalda fuerte, cabeza poderosa y alma de alano. Los de mirada seria y penetrante van a la caza del canoso.
La bajada del Fontanal, poblado de escobas, piornos y algún roble le ha dado a este cierta ventaja. Al llegar al arroyo de la Brañuela, lo cruza de dos saltos y enfila canto arriba por la vereda del Gonzalín. Parece que su intención es pasar al monte de las gallinas por el collado de los pozos.
Tango y toda la tropa que le acompaña, Brisa, Nero, Troll, Centella y Canela, se guían de su buena nariz en el piornal, tampoco es una tarea difícil pues el canoso acaba de levantarse y la peste que deja es considerable. Al salir al canto del Gonzalín, terreno de brezo bajo, el jai, jai de las podencas me dice que lo tienen a la vista. Después de un primer momento de pánico parece que se ha confiado y ha cometido dos errores, que no lo serían tanto, si no fueran alanos los que le siguen. Dejarse ver y huir ladera arriba no parece que haya sido una buena elección.
Atiborrarse de hayucos y bellotas en el Majadón y bajar a la huerta de Lotario a seguir con las peras de San Antonio es un placer y está muy bien para forrarse de grasa y combatir el frío invernal pero está contraindicado para correr ligero. Mientras que él ha cogido unos kilos de más, sus perseguidores han ido esculpiendo sus cuerpos y afilando sus colmillos. Las sucesivas carreras por umbrías y solanas han hecho que ganen en rapidez y confianza, lo que les hace más peligrosos cada día. Tango, Brisa y Nero lo tienen en el punto de mira, mientras Centella le va ganando terreno por arriba. En el último repecho, antes de pasar al monte de Las Gallinas, esta se le acerca tanto que el canoso se revuelve como un resorte y le da una trompada que la lanza por el aire como si fuera una muñeca. Hinchado como un pavo gira sobre su derecha y en ángulo de 45 grados vuelve hacia atrás por encima de sus perseguidores. En el pico de las piedras está Celso, el abuelo, que pese a una larga y dilatada vida como cazador, hace mas de 20 años que no ve cazar a un alano.
Oyó el levante en el Fontanal, vio pasar al canoso a unos 100 m por debajo de él seguido muy de cerca por los perros. Demasiada distancia para su inseparable amiga la de perrillos. Lo vio envalentonarse, sacudir estopa y dirigirse al paso que el cubría. Lo deja cumplir como a tantos otros y pudiendo haberle metido una de sus trabajadas (los días de ventiscas y nieve son para hacer balas y cargar cartuchos, dice) y efectivas balas, aprieta con fuerza el guardamanos y la culata de su compañera de fatigas, pero no se la echa a la cara. Después de tantos madrugones y más de una noche sin dormir intentando hacerse con él, hoy que lo tiene a tiro, se queda quieto, recuerda viejos tiempos y observa.
Ahora es Troll, que se había quedado un poco rezagado, el que se apresta a cortarle la retirada. Se sitúa a su vera y lanzándose sobre su costado clava sus colmillos en su oreja. Cazar jabalíes es siempre un duro trabajo pero si se trata de un bicharraco como el canoso ya se convierte en una tarea de alto riesgo. Sin embargo, pese a trompazos, navajazos y golpes, un alano nunca rehúye el combate. Y Troll solo piensa en sujetarlo y tirar de él hacia abajo, pegarse a su costado y aguantar los salvajes arreones que a punto están de conseguir soltarlo. 42 Kg anclados al suelo por unas fuertes manos hacen que el canoso, herido en su orgullo, se pare a pelear. Siente rabia, indignación y mucha mala leche por verse cogido, desata toda una serie de trompadas, colmilladas y bufidos que ponen los pelos de punta y acojonan. Cómo entiendo a Sidoro aquel día cuando me decía: ¡tírale que nos jode!
Teníamos 15 años, había una buena nevada y le contamos a nuestros padres que el coche de línea no pasaba porque la carretera estaba helada, lo que hacía que no pudiéramos ir al instituto. El caso fue que a medio camino de los 3 km que teníamos que andar para coger el autobús nos encontramos con el rastro de un buen jabalí, nos dimos la vuelta y se nos ocurrió contar esta milonga para pedirle a mi padre su escopeta y que nos dejara ir tras sus huellas. Tuvimos suerte, creo que nos creyeron. Dimos con él, le dispare un tiro en las posaderas y se arrancó a por nosotros como un vitorino. Y Sidoro:¡tírale que nos jode!
Con cara de pocos amigos llegan los otros. Una embestida a por Brisa que se queda en nada pues ya Tango, por la izquierda, se ha hecho con la otra oreja, de Nero es la quijada y de Brisa la trompa. Tenía tanta confianza en sus fuerzas que no supo valorar las de sus enemigos. Con la boca abierta y echando espuma. El tiempo se detiene, le llegan recuerdos confusos, oye gruñidos, le parece ver al de los ojos de fuego. Intenta escapar pero no le quedan fuerzas. Quiere luchar pero esta vez ya es demasiado tarde. Hasta tiene que soportar la humillación de sentir como Centella y Canela se le suben a los lomos reclamándolo como suyo.
Bravo bicho el canoso, ni un gruñido de manso. Heroica y trágica pelea.
- ¿Y usted me pregunta que si lo puede rematar?
- Por favor, el jabalí es suyo.
- No es mío, es de los perros y no es un jabalí cualquiera, es El Canoso.
El cuchillo al codillo, se deja llevar, abandona la lucha y siente como si flotara.
Las implacables mandíbulas aflojan, despacio, su presión.
El impresionante silencio de después de la batalla solo es roto por el jadeo de los perros y palabras de admiración para ellos y para su bravo oponente.
Era un día soleado y de repente oscureció.
P. D. Al llegar a casa, Brisa le cuenta con pelos y señales, a su abuelo, como fue su primera gran cacería. Paco, mi padre, dice que vio como se le caía la baba a Goiko mientras la olía.
Paquito