El rojo vivía de aquí para allá, un día dormía en la majada de El Romo, otro en el piornal del Jaido, al día siguiente en los peñones negros de Las Llampas. Así un día tras otro, burlando lobos, esquivando balas y buscando hembras a las que enamorar. Hoy, descansa en la hornera de Casilda, donde esta le dedica sus mejores cuidados. Todos los días enciende la chimenea para...
...secar y ahumar sus jamones, lomos y chorizos. Con mucho mimo los va tocando uno a uno, comprueba que secan y endurecen poquito a poco y que la curación marcha por buen camino. Manjar de dioses, perdón, de cazadores y también de algún amigo.
Hacía mucho frío aquella noche en la que los efluvios de la desorejada se cruzaron en su camino. El mensaje que el aire llevaba, prometía una noche de pasión y desenfreno que hacía imposible presagiar la tragedia. Sus peripecias y correrías como escudero del canoso, le habían convertido en un experto en supervivencia. Menos apuesto que este pero más montaraz. Estrecho de culo, corto de espalda, alto de hombros, cabeza poderosa y una fuerza y agresividad salvaje lo convertían en el tirano del bosque y en temible enemigo de lobos y perros de caza.
De huir de las tinieblas y evitar emboscadas sabía mucho. El día que cayó el Canoso, se salvó de ser él el sacrificado, por su desconfianza. Hacía tiempo que andaba con la mosca detrás de la oreja. Un paisano les seguía la pista, por eso aquel día no se quedó en lo espeso. Con un ojo abierto y el oído atento, encamó alto, en los peñones negros del Serronal. La jugada le salió bien y cuando se formó la de San Quintín y los alanos cogieron al canoso, él se fue zorreando y sin dar que hablar. A partir de este día se convirtió en el rey de los suyos y en el principal objetivo de los otros.
Fue de amanecida, al pasar por la collada Los Muertos, por donde el viento es un ejército de olores, cuando se fraguó la tragedia. Dos de ellos llamaron su atención: Uno, del que más vale cuidarse, pues sus portadores suelen acompañarse de la hechicera de la guadaña, es el característico de las ropas de los paisanos de los pueblos. En el invierno las chimeneas funcionan a pleno rendimiento y las ventiscas hacen que vuelva el humo dentro de las casas, por lo que todo en ellas queda impregnado de ese característico "olor a humo". El otro; el de la desorejada en celo. Levanta el hocico, se carga de aire y saborea las partículas del aroma del amor. Así una y otra vez, hasta que su pituitaria capta todos los detalles y descifra el mensaje: la cita es en el monte Lutero.
Noviembre había regalado nieve a espuertas y parte de ella permanecía en las umbrías del Majadón y las Carrizas. Cruzarlas le supone un gran esfuerzo, pero la posibilidad de perpetuar sus genes y pensar que algún desalmado pueda robarle los favores de la Desorejada, hace que emprenda la travesía, con determinación y coraje. No sabe que al otro lado se las volverá a ver con sus peores enemigos.
Llega como un huracán, la emprende a navajazos con uno de los jóvenes que rondan a la Desorejada y les deja claro quién es el jefe. Un tipo duro este Rojo.
Por las Janezas arriba va Loreto con su abuelo, su perrina Haizea, Canuto, que es una especie de fox terrier, y 4 alanos. Hablan de caza, escucha ensimismada las historias que sueña protagonizar algún día y no deja de preguntarse cómo le resulta tan fácil, a su abuelo, distinguir las huellas de corzos, venados y jabalíes.
- ¿Ves aquel roble de la solana? El más alto, el que está agarrado a las peñas negras. En el tronco de ese roble, estaba encamado un jabalí muy grande que cazó tú padre, una mañana de diciembre, mientras nosotros estábamos haciendo la matanza del gocho. Al amanecer, cuando íbamos a la cuadra a atender al ganado, me dijo que si nos arreglábamos sin él para subir el gocho al banco, él se iba con los perros y la escopeta a dar una vuelta por el monte. Como tenía 16 años y llegó después de comer, cuando ya estábamos liados con el orujo, diciendo que había cazado un jabalí muy grande y que se necesitaban tres personas para poder sacarlo del arroyo y traerlo a casa, la verdad es que al principio no le hicimos mucho caso. Pero se puso tan pesado que le acompañamos Cruz y yo y no recuerdo mayor paliza para tirando de un bicho. A Cruz yo creo que todavía le duelen las piernas del esfuerzo. Como en aquellos años no se veían jabalíes tan grandes por aquí, vinieron varios amigos, Jandro, Roberto, tío Matías, Tinín y tío Pepe a verlo y a tomarle un poco el pelo a tú padre.
Haizea levanta la cabeza, mueve el rabo y les mira. Mientras tanto, en el piornal del Lutero se está produciendo una lucha despiadada, suenan gruñidos, bufidos y castañetear de dientes. De los pretendientes de la desorejada, hay uno, que harto ya de tanto huir, se dispone a presentar batalla. Se distingue de los demás por su llamativo color negro, es joven y fuerte, no se deja intimidar y piensa que este puede ser su momento. No eludirá la pelea. Son dos enemigos íntimos que se estudian con cautela. Tiemblan los robles del Lutero con la lucha de estos dos colosos. Hombro contra hombro, escudo contra escudo acuchillándose sin piedad. Se levantan sobre sus patas traseras atacándose con fiereza. Se buscan los flancos intentando hundir sus afilados colmillos en el cuerpo de su contrincante. Las brutales acometidas y la violencia de la lucha hacen que ninguno de los dos se dé cuenta de que les buscan para darles caza. Aunque de fuerzas parecidas, pronto queda claro quién es el jefe y El Negro, con nuevas cicatrices de guerra, pone pies en polvorosa. No ha elegido buen enemigo, El Rojo colecciona cueros acuchillados de contrincantes a los que destruye sin piedad. Lo que en un principio es una gran derrota y una vergonzosa huida, es lo que a la postre le salvará la vida al Negro.
Haizea vuelve a levantar la cabeza, mira a Loreto y le lanza un ¡auuuu! que no deja lugar a dudas; Haizea lo ha venteado.
- Vamos a soltarla a ella y a Canuto a ver que hacen, dice su abuelo. Y en cuanto ladren a parado, soltamos a los alanos.
Haizea, que es una grifona con un sexto sentido para dar con los jabalíes, no ha tardado en descubrir el rastro de El Rojo. Su característico !Auuuu! Auuuu! Auuuu! dice que ha dado con él y llama la atención de Canuto y los alanos que están locos por acudir a echar un diente. Al verse descubierto, El Rojo, se arrima a un roble y no le da mucha importancia a los aullidos de una perra barbuda, que no deja de molestarle y que no se le acerca a menos de 4 o 5 metros. De repente se ve frente a Tango, Troll, Nero, Tundra y Canuto. Sorprendido, cansado y cabreado por no haber previsto la situación, se acula al roble. No queda sino batirse, como diría Alatriste. Se prepara para una nueva batalla. Hoy no está resultando su mejor día. Rechaza el primer envite de los alanos, haciendo rodar por el suelo a Troll, a Nero lo voltea por el aire y se revuelve para sacudirle a Canuto que lo agarra por una corva. El combate entablado. Siente que su oreja derecha pesa demasiado, intenta girarse pero Tango ya se ha hecho con la izquierda. De repente unos ojos amarillos le miran fijamente, son los de Tundra que le ha agarrado por el hocico. En la quijada la misma presión. Fuertes colmillos y poderosas mandíbulas prendidas de él. Los tremendos esfuerzos que hace por desprenderse de ellos le están agotando. No oye ningún ruido, la cabeza le pesa como si fuera de plomo y no puede moverse. La fatiga y el cansancio hacen mella en su ánimo y sus músculos se bloquean. Siente el frío del acero en un costado, las fuerzas le abandonan, sus patas flojean, no aguantan su peso y los ojos amarillos no dejan de mirarle. Hoy el momento pertenece a los alanos.
Loreto remata su primer gran jabalí, siente la magia de la muerte y oye resonar -como un tambor de guerra- los latidos de su corazón y los de todos aquellos que han practicado esta suerte antes que ella. Su abuelo la abraza con fuerza y suelta alguna que otra lágrima de emoción.
- ¡Hemos cazado al Rojo! Cuando lo vea tío Pepe no se lo va a creer. Él, que decía que mejor que los perros no dieran con él, porque era un jabalí fiero que nos los iba a desgraciar… Hay que llamar a los amigos para que lo vean.
Y piensa… ¡Joder con la niña!, yo con 75 años, toda la vida cazando y corriendo detrás de lobos, zorros, garduñas y jabalíes, y nunca me he encontrado con un bicho tan extraordinario como este y llega ella y a la primera remata un jabalí que será la envidia de todos. ¿Habrá sido la suerte de la principiante? Yo creo que no, más bien el saber hacer del maestro.
- Abuelo, abuelo, ¡qué emoción!, ahora estoy mucho más nerviosa que cuando lo pinché. Hice lo que papá y tú siempre me decís; bajo y mover un poco el cuchillo, teniendo mucho cuidado de no hacerles daño a los perros. ¡Qué nervios, me va a dar algo!
Como botín de guerra: Troll, un costurón en el costillar. Nero, varios puntos en el pecho. Tango, Canuto y Tundra, algunos puntazos sin mayor importancia.
P.D. En estos montes la muerte es una amiga que te da un abrazo en cuanto te descuidas.
Paquito.
Hacía mucho frío aquella noche en la que los efluvios de la desorejada se cruzaron en su camino. El mensaje que el aire llevaba, prometía una noche de pasión y desenfreno que hacía imposible presagiar la tragedia. Sus peripecias y correrías como escudero del canoso, le habían convertido en un experto en supervivencia. Menos apuesto que este pero más montaraz. Estrecho de culo, corto de espalda, alto de hombros, cabeza poderosa y una fuerza y agresividad salvaje lo convertían en el tirano del bosque y en temible enemigo de lobos y perros de caza.
De huir de las tinieblas y evitar emboscadas sabía mucho. El día que cayó el Canoso, se salvó de ser él el sacrificado, por su desconfianza. Hacía tiempo que andaba con la mosca detrás de la oreja. Un paisano les seguía la pista, por eso aquel día no se quedó en lo espeso. Con un ojo abierto y el oído atento, encamó alto, en los peñones negros del Serronal. La jugada le salió bien y cuando se formó la de San Quintín y los alanos cogieron al canoso, él se fue zorreando y sin dar que hablar. A partir de este día se convirtió en el rey de los suyos y en el principal objetivo de los otros.
Fue de amanecida, al pasar por la collada Los Muertos, por donde el viento es un ejército de olores, cuando se fraguó la tragedia. Dos de ellos llamaron su atención: Uno, del que más vale cuidarse, pues sus portadores suelen acompañarse de la hechicera de la guadaña, es el característico de las ropas de los paisanos de los pueblos. En el invierno las chimeneas funcionan a pleno rendimiento y las ventiscas hacen que vuelva el humo dentro de las casas, por lo que todo en ellas queda impregnado de ese característico "olor a humo". El otro; el de la desorejada en celo. Levanta el hocico, se carga de aire y saborea las partículas del aroma del amor. Así una y otra vez, hasta que su pituitaria capta todos los detalles y descifra el mensaje: la cita es en el monte Lutero.
Noviembre había regalado nieve a espuertas y parte de ella permanecía en las umbrías del Majadón y las Carrizas. Cruzarlas le supone un gran esfuerzo, pero la posibilidad de perpetuar sus genes y pensar que algún desalmado pueda robarle los favores de la Desorejada, hace que emprenda la travesía, con determinación y coraje. No sabe que al otro lado se las volverá a ver con sus peores enemigos.
Llega como un huracán, la emprende a navajazos con uno de los jóvenes que rondan a la Desorejada y les deja claro quién es el jefe. Un tipo duro este Rojo.
Por las Janezas arriba va Loreto con su abuelo, su perrina Haizea, Canuto, que es una especie de fox terrier, y 4 alanos. Hablan de caza, escucha ensimismada las historias que sueña protagonizar algún día y no deja de preguntarse cómo le resulta tan fácil, a su abuelo, distinguir las huellas de corzos, venados y jabalíes.
- ¿Ves aquel roble de la solana? El más alto, el que está agarrado a las peñas negras. En el tronco de ese roble, estaba encamado un jabalí muy grande que cazó tú padre, una mañana de diciembre, mientras nosotros estábamos haciendo la matanza del gocho. Al amanecer, cuando íbamos a la cuadra a atender al ganado, me dijo que si nos arreglábamos sin él para subir el gocho al banco, él se iba con los perros y la escopeta a dar una vuelta por el monte. Como tenía 16 años y llegó después de comer, cuando ya estábamos liados con el orujo, diciendo que había cazado un jabalí muy grande y que se necesitaban tres personas para poder sacarlo del arroyo y traerlo a casa, la verdad es que al principio no le hicimos mucho caso. Pero se puso tan pesado que le acompañamos Cruz y yo y no recuerdo mayor paliza para tirando de un bicho. A Cruz yo creo que todavía le duelen las piernas del esfuerzo. Como en aquellos años no se veían jabalíes tan grandes por aquí, vinieron varios amigos, Jandro, Roberto, tío Matías, Tinín y tío Pepe a verlo y a tomarle un poco el pelo a tú padre.
Haizea levanta la cabeza, mueve el rabo y les mira. Mientras tanto, en el piornal del Lutero se está produciendo una lucha despiadada, suenan gruñidos, bufidos y castañetear de dientes. De los pretendientes de la desorejada, hay uno, que harto ya de tanto huir, se dispone a presentar batalla. Se distingue de los demás por su llamativo color negro, es joven y fuerte, no se deja intimidar y piensa que este puede ser su momento. No eludirá la pelea. Son dos enemigos íntimos que se estudian con cautela. Tiemblan los robles del Lutero con la lucha de estos dos colosos. Hombro contra hombro, escudo contra escudo acuchillándose sin piedad. Se levantan sobre sus patas traseras atacándose con fiereza. Se buscan los flancos intentando hundir sus afilados colmillos en el cuerpo de su contrincante. Las brutales acometidas y la violencia de la lucha hacen que ninguno de los dos se dé cuenta de que les buscan para darles caza. Aunque de fuerzas parecidas, pronto queda claro quién es el jefe y El Negro, con nuevas cicatrices de guerra, pone pies en polvorosa. No ha elegido buen enemigo, El Rojo colecciona cueros acuchillados de contrincantes a los que destruye sin piedad. Lo que en un principio es una gran derrota y una vergonzosa huida, es lo que a la postre le salvará la vida al Negro.
Haizea vuelve a levantar la cabeza, mira a Loreto y le lanza un ¡auuuu! que no deja lugar a dudas; Haizea lo ha venteado.
- Vamos a soltarla a ella y a Canuto a ver que hacen, dice su abuelo. Y en cuanto ladren a parado, soltamos a los alanos.
Haizea, que es una grifona con un sexto sentido para dar con los jabalíes, no ha tardado en descubrir el rastro de El Rojo. Su característico !Auuuu! Auuuu! Auuuu! dice que ha dado con él y llama la atención de Canuto y los alanos que están locos por acudir a echar un diente. Al verse descubierto, El Rojo, se arrima a un roble y no le da mucha importancia a los aullidos de una perra barbuda, que no deja de molestarle y que no se le acerca a menos de 4 o 5 metros. De repente se ve frente a Tango, Troll, Nero, Tundra y Canuto. Sorprendido, cansado y cabreado por no haber previsto la situación, se acula al roble. No queda sino batirse, como diría Alatriste. Se prepara para una nueva batalla. Hoy no está resultando su mejor día. Rechaza el primer envite de los alanos, haciendo rodar por el suelo a Troll, a Nero lo voltea por el aire y se revuelve para sacudirle a Canuto que lo agarra por una corva. El combate entablado. Siente que su oreja derecha pesa demasiado, intenta girarse pero Tango ya se ha hecho con la izquierda. De repente unos ojos amarillos le miran fijamente, son los de Tundra que le ha agarrado por el hocico. En la quijada la misma presión. Fuertes colmillos y poderosas mandíbulas prendidas de él. Los tremendos esfuerzos que hace por desprenderse de ellos le están agotando. No oye ningún ruido, la cabeza le pesa como si fuera de plomo y no puede moverse. La fatiga y el cansancio hacen mella en su ánimo y sus músculos se bloquean. Siente el frío del acero en un costado, las fuerzas le abandonan, sus patas flojean, no aguantan su peso y los ojos amarillos no dejan de mirarle. Hoy el momento pertenece a los alanos.
Loreto remata su primer gran jabalí, siente la magia de la muerte y oye resonar -como un tambor de guerra- los latidos de su corazón y los de todos aquellos que han practicado esta suerte antes que ella. Su abuelo la abraza con fuerza y suelta alguna que otra lágrima de emoción.
- ¡Hemos cazado al Rojo! Cuando lo vea tío Pepe no se lo va a creer. Él, que decía que mejor que los perros no dieran con él, porque era un jabalí fiero que nos los iba a desgraciar… Hay que llamar a los amigos para que lo vean.
Y piensa… ¡Joder con la niña!, yo con 75 años, toda la vida cazando y corriendo detrás de lobos, zorros, garduñas y jabalíes, y nunca me he encontrado con un bicho tan extraordinario como este y llega ella y a la primera remata un jabalí que será la envidia de todos. ¿Habrá sido la suerte de la principiante? Yo creo que no, más bien el saber hacer del maestro.
- Abuelo, abuelo, ¡qué emoción!, ahora estoy mucho más nerviosa que cuando lo pinché. Hice lo que papá y tú siempre me decís; bajo y mover un poco el cuchillo, teniendo mucho cuidado de no hacerles daño a los perros. ¡Qué nervios, me va a dar algo!
Como botín de guerra: Troll, un costurón en el costillar. Nero, varios puntos en el pecho. Tango, Canuto y Tundra, algunos puntazos sin mayor importancia.
P.D. En estos montes la muerte es una amiga que te da un abrazo en cuanto te descuidas.
Paquito.